
PARANAPRIACABA
Hacía tiempo que quería publicar este post y lo he ido dejando, dejando. Los hechos que relato acaeciron en el tiempo de la visita de Aida a Brasil. Fue un día libre que tenía mientras ella todavía paraba por aqui. El día empezó confuso, sin saber a donde ir de excursión. ¿A donde demonios vas a llevar a alguien de turismo en Sao Paulo? En su guía venía una sugerencia: Paranipriacaba. Detras de este nombre impronunciable se escondía un lugar aún más enigmático que este trabalenguas. Se trataba de un pueblo colonial inglés en mitad de la selva, construido por los ingenieros ingleses que debían construir y administrar el tren de Sao Paulo y las máquinas que los remontaban por la sierra.

El viaje empezó en la Estação da Luz, joya de comienzos del siglo pasado, aunque en realidad reconstruida después de un fuego que acabó con la estructura original. En realidad era ya estar un poco en ese mundo de los tiempos gloriosos del camino de hierro. Por dentro tiene la misma estructura que Atocha en Madrid. La actividad en la estación era febril, gente yendo de un lado para otro y trenes entrando y saliendo constantemente, a pesar de las pocas líneas que tiene el cercanias de Sao Paulo.
El tiempo que estaba expléndido empezó a empeorar cuando llegamos a un pueblo en el que teníamos que pillar un autobús. Este es uno de esos sitios que encaja en lo que se diria "pueblo perdido de la mano de dios", yo definiria estos sítios como aquellos en los que si no es porque te pierdes no pisas ni de coña.

Cuando llegamos a Paranapriacaba propiamente llovia despacio pero sin pausa. El surrealismo comenzaba ya. Veias el agua bajar corriendo por las empinadas calles del pueblo, por las aceras de casitas estilo colonial inglés que anidaban a un lado de una especie de barranco. Abajo estaban las vias del tren, y al otro lado se adivinaba, tras una densa niebla que lo cubria todo, una estación con su propio Big Ben. Al otro lado se atrevesaba por un puente altísimo de metal y madera.


Vagamos un rato por el pueblo, que estaba desierto, excepto por algunos parroquianos que nos miraban como si fueramos extraterestres. El pueblo tenía señales para turistas, pero creo que estagente no debía ver muchos. Nos cruzamos con casí más perros que personas. En una ventana, un colibrí bebía de un bebedero.


Una vez al otro lado de las vias, lo primero que visitamos fue un decrépito vagón de tren de principios de siglo pasado. Con sus asientos acolchados, sus luces de gas... y su madera pudriéndose por todos lados. Calculé que el vagon se desintegraria de aqui a unos meses.


Continuamos vagando por este escenario espectral. La niebla amainó y se pudo adivinar una mansión victoriana al otro lado del barranco, rodeada de selva virgen, que fue engullida de nuevo por la neblina. Pasamos por debajo de una casa de guarda-agujas y andamos hacia unos almacenes. Por el camino nos cruzamos con algún tren abandonado. En el almacén se encontraban aparcadas una junto a la otra a tres locomotoras del S. XIX, tres aunténticas joyas perféctamente conservadas. Entramos en el almacén en el que se exponía el más variopinto material ferroviario. Desde tuercas a gigantescas anillas del tamaño de una persona, martillos, vias, e incluso máquinas de escribir, vitales para el ferroviario de cualquier época y lugar.


Continuamos pasando entre más trenes abandonados hasta que llegamos a otro almacén con más locomotoras como las que salen en las películas de índios. Atravesamos el almacén y llegamos a un lugar en el que había una compleja maquinaria de grandes engranajes. Por allí estaban el presidente de Patrimonio Nacional y el de Asociación de Amigos del Ferrocarril, que nos dieron una lección magistral sobre aquel lugar tan extraño.
Estaba situado en ese sitio porque allí comenzaba la sierra. Los trenes que llevaban el café al puerto y traian las importaciones que se hacían desde el puerto de Santos (el mayor de América Latina). Pero claro, los trenes al bajar o subir perdían tracción y era necesario remolcarlos. Para eso se utilizaba esa maquinaria, del tamaño de un almacén, para remontar y descender a las locomotoras y su preciada carga. Después se inventó el tren de cremallera, lo que dejó obsoletas esas grandes máquinas. Después el café comenzó a perder importancia, el tren perdía terreno frente a los camiones... Los ingleses arriaron su bandera y se fueron cuando terminó su concesión.

Pero en definitiva, fue en este lugar que se fraguó la riqueza de Sao Paulo. En este cementerio de trenes, perdido entre la selva y la sierra, trabajaba una máquina que sostenía la riqueza de una nación
1 Comments:
lindas fotos
adorei!
abraços
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makarrao, at Wednesday, March 22, 2006 7:22:00 PM
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